El pasado lunes pudimos ver en todas las cadenas de televisión al unísono el #DebateElectoral de cara a las elecciones del 10 de noviembre con el objetivo de conformar, al fin, un Gobierno capaz. Este sería el único momento de entendimiento, el del visionado sin privilegios y donde la Academia de Televisión cumpliría con su mandato organizativo eliminando trifulcas de eventos anteriores. Igual suerte corre el equipo entrenador por Ernesto Valverde o, lo que es lo mismo, un Barça en funciones.
Casado, el del hervor que diría Iñaki Gabilondo, Sánchez, el que gana, gane o pierda, Iglesias el incansable, sea esto tanto una crítica como un halago, Rivera con su cada vez más patente síndrome de Cotard, o en otras palabras, el que transmite la sensación de estar muerto en vida -política- y el innombrable, no por el temor que pudiera generar como un tal Lord Voldemort, sino por la vergüenza de ocupar un atril que, desgraciadamente, no seguía las reglas del concurso ‘Ahora Caigo’. Todos ellos en un mismo espacio para, por supuesto, confirmar cuál está más de acuerdo en ponerse en desacuerdo.
Y así pasan los años, y las elecciones, con un Gobierno que espera mientras el ciudadano camina a solas, por calles oscuras y sin números de emergencia.
La situación en Can Barça es igual de preocupante. O al menos “un poquito”, aunque seguramente no piensen del mismo modo todos sus fans. Podemos hablar de crisis o, si lo prefieren, desaceleración futbolística. El Barcelona, líder y líder, como si ese fuese el único motivo de ser cuando nunca fue así, sigue empeñado en demostrar que todavía no ha perdido la esencia. Se le olvidó que su valor era tan preciado precisamente por la complejidad del objetivo.
La esencia anda suelta, quién sabe si a tanta distancia que quede en el pasado
El Barça se codeó con lo inalcanzable. Ser el mejor y hacer disfrutar, a todos, excepto a los que nunca querrán ver. El súmum filosófico. La cuna de Cruyff. El regazo de Pep. Un embrujo del destino que ahora, a carcajadas, observa cómo la inoperancia campa a sus anchas presumiendo de un supuesto control que nadie tiene y ninguno lucha por recuperar. Mientras tanto, la esencia anda suelta, quién sabe si a tanta distancia que quede en el pasado. Sin dueño. Un Barça en funciones, como el actual Gobierno, que no funciona. Incapaz incluso en la detección en consenso de su propio problema. Lejos de alcanzar una solución que, cree, aún no necesita. Sordo a lo evidente. Aunque todos griten: “con ese no”. Y nadie sepa verlo, a pesar de que el eco siempre vuelva.